Oración

Compartiendo la visión

Evelyn Díaz

«El reino de Dios se parece a quien esparce semilla en la tierra. Sin que este sepa cómo, y ya sea que duerma o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla. La tierra da fruto por sí sola; primero el tallo, luego la espiga, y después el grano lleno en la espiga» (Marcos 4:26-28).

Han pasado algunos años desde que comencé a servir en las universidades de la Ciudad de México. Se han graduado generaciones de estudiantes en quienes invertimos nuestra vida, ayudándolos a conocer y seguir a Jesús de una manera real en sus vidas. Ha sido una gran aventura participar en la construcción del Reino de Dios.

La manera de expandir este reino es mediante la fe en el Hijo de Dios, creyendo que Él existe, que desea reconciliar al mundo con la humanidad y que regresará. Aprendemos a caminar en dependencia de su Espíritu Santo, dando pasos de fe, compartiendo acerca de Jesús, orando y esperando que la semilla rinda mucho fruto.

Cuando compartimos de Jesús con los estudiantes, parece que algunos están huyendo de Dios. Otros muestran curiosidad acerca de nuestra fe, pero no se atreven a investigar más, mientras que algunos reflexionan en lo que creen y están dispuestos a intercambiar perspectivas y hacer preguntas.

Pero, ¿cómo llegar a aquellos cuyo corazón está herido, sin esperanza y sin un lugar a dónde ir?

Jesús dijo a sus discípulos:
"Vayan más bien a las ovejas descarriadas del pueblo de Israel... En cualquier pueblo o aldea donde entren, busquen a alguien que merezca recibirlos, y quédense en su casa hasta que se vayan de ese lugar" (Mateo 10:6).

Los discípulos, cuando fueron a las aldeas, a las ovejas perdidas de Israel, se llenaron de gran gozo al ver todas las maravillas que Dios hacía a través de ellos. Pudieron expulsar demonios, sanar enfermedades y dolencias en el nombre de Jesús. No solo obedecían, también confiaban en quien los enviaba.

En muchas ocasiones surgen dudas en nuestra mente y en el corazón. Nos preguntamos si realmente Jesús nos ha enviado, si de verdad se nos ha dado el poder, y si somos suficientes para administrar bien lo que se nos ha encomendado. Pero tenemos Su promesa:
“Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Así como los primeros discípulos fueron enviados, también nosotros hemos sido enviados.

“Oh Señor, que podamos seguir viendo nuevas generaciones creyendo en Jesús, teniendo vida eterna, una vida en abundancia, siendo sanados de toda dolencia y enfermedad. Concédenos el privilegio de ver tu reino en esta tierra, alrededor nuestro, no solo para sentir que somos suficientes para realizar la encomienda a la que nos has invitado, sino para verte sentado en tu trono reinando para siempre”.

Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo:
“Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18-20).

Jesús continuó recordándonos que Su autoridad es absoluta y Su presencia constante. Él nos llama no solo a ir, sino a vivir con la certeza de que no estamos solos en esta misión. Cada paso de fe, cada palabra compartida, cada semilla plantada, se encuentra enmarcada en Su soberanía y Su promesa de estar con nosotros siempre.

Mientras reflexionamos en el llamado de hacer discípulos y de participar en la expansión de Su reino, recordemos que no es por nuestra fuerza ni por nuestra capacidad, sino por Su Espíritu. Así como los discípulos vieron las maravillas de Dios al obedecer, nosotros también somos testigos de cómo Él transforma vidas a través de nuestra disposición para servir.

Que nuestras oraciones sean audaces, nuestras acciones valientes y nuestra fe firme. Porque sabemos que el que comenzó la buena obra en nosotros y en aquellos a quienes alcanzamos, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (Filipenses 1:6).

Jesús no solo nos envía, nos equipa y nos acompaña. Su misión es clara y Su presencia es nuestra fortaleza. Hoy podemos avanzar con esperanza, sabiendo que el fruto de nuestra obediencia está en Sus manos.

“El que los llama es fiel, y así lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24).

Que nuestras vidas reflejen Su gloria y que nuestra obra apunte siempre hacia Él, el Rey que reina para siempre. Amén.

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