Recuerdo la primera vez que pensé en leer toda la Biblia.
Estaba sentado en la última fila de una iglesia, escuchando a una de las pocas personas cuyo caminar con Dios realmente me impresionaba. Él dijo: “Si quieres decir que conoces a Dios, entonces necesitas conocer Su historia. Y si quieres conocer Su historia, tienes que leerla toda. Conocer a Dios significa conocer Su historia.”
Esa frase se me quedó grabada. En ese momento, yo estaba en una necesidad desesperada de conocer a Dios, Su historia y cómo mi historia tenía algo que ver con la Suya.
Pero intentar leer la Biblia de principio a fin puede sentirse como lanzarte a un maratón sin haber entrenado. Muy pronto las piernas se te acalambran, tus pulmones funcionan como un par de latas aplastadas de refresco, y terminas cojeando fuera de la pista o cruzando la meta con un tiempo más propio de la Copa América que del Maratón de Boston. Así fue mi frustrante primer intento de tener un tiempo diario con Dios.
Pasaría un buen tiempo antes de que regresara al “Monte Sinaí” y a un encuentro significativo cara a cara con Dios. Pero ya casi al final de mi segundo año en la universidad, un amigo —otro cristiano del campus que sabía que yo era creyente— me preguntó: “¿Cómo van tus tiempos a solas con Dios?”
A lo que respondí: “¿Mis qué?” La frase “tiempo a solas” no me decía nada, excepto quizá un vago recuerdo de estar acostado sobre un tapete de Snoopy después de un sándwich de crema de cacahuate con mermelada y un vasito de leche en el kínder.
Pero con un poco de ánimo y guía, empecé a tener mi propio tiempo diario… bueno, mi tiempo a solas con Dios. Y ha revolucionado por completo mi caminar con Él.
Entonces, ¿qué es un tiempo a solas con Dios? Bueno, la Biblia dice que Jesús solía apartarse a un lugar tranquilo para orar. Marcos 1:35 (NVI) dice:
“Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.”
(Admitamos que el término “tiempo a solas” puede sonar un poco infantil, pero, al leer este versículo, ¿cómo más lo llamarías? ¿“Tiempo en solitario”? Eso suena a castigo en la cárcel, así que nos quedamos con “tiempo a solas”).
Durante ese tiempo diario, Jesús habitualmente se apartaba del bullicio de la vida y pasaba momentos íntimos con su Padre.
Si Jesús necesitaba este tiempo apartado con el Padre, parece lógico asumir que nosotros lo necesitamos igual o incluso más. Definamos el “tiempo a solas con Dios” como un momento cada día en el que nos alejamos del ajetreo de las tareas escolares, la vida en el dormitorio y las crecientes demandas de las redes sociales, para pasar tiempo orando, leyendo la Palabra de Dios y escuchando en silencio lo que Él quiere decirnos. Así como alguien me ayudó a comenzar a tener mis tiempos a solas con Dios, yo quiero hacer todo lo que esté a mi alcance para ayudarte a hacer de esto una parte de tu rutina diaria y establecer un hábito que te acompañe durante la universidad y más allá.
Considérame un guía. Aunque no puedo despertarte y sacarte de la cama para tu tiempo devocional, sí puedo caminar contigo en este proceso y compartirte algunas cosas que pueden ser de mucha ayuda — cosas que agradezco profundamente que alguien se haya tomado el tiempo de compartir conmigo.
Cuando se estudia un pasaje de la Escritura, un patrón básico pero muy útil que se puede seguir es el proceso de tres pasos: observación, interpretación y aplicación.
Esto es bastante sencillo: observar lo que el pasaje dice y describe.
Primero, lee una porción de la Escritura, y luego regresa para hacer algunas observaciones iniciales: ¿Quiénes son los personajes? ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde está sucediendo esto? Usa esa parte de tu cerebro donde guardaste todas las cosas de análisis literario que tu maestro de español explicó mientras tú hacías garabatos con tu pluma de cuatro colores.
Como repaso rápido, recuerda hacerte algunas preguntas básicas del tipo ¿quién?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué? y ¿cómo?:
¿Quién está hablando? ¿De quién se trata? ¿Quiénes son los personajes principales?
¿Qué tema o evento se trata en el capítulo? ¿Qué aprendes sobre las personas, el evento o la enseñanza?
¿Cuándo ocurren u ocurrirán los eventos? ¿Cuándo sucedió o sucederá algo a alguien?
¿Dónde pasó o pasará esto? ¿Dónde fue dicho?
¿Por qué se dice o se menciona algo? ¿Por qué sucedió o sucederá esto? ¿Por qué en ese momento y/o a esa persona o personas?
¿Cómo sucederá? ¿Cómo debe hacerse? ¿Cómo se ilustra?
(Y sí, yo tampoco recuerdo fácilmente el "cómo" porque empieza con "h" en lugar de "w" como las demás en inglés. Tal vez a ti te pasa lo mismo, y está bien. Esto es solo una plantilla general; no es una ciencia exacta ni una camisa de fuerza).
Una vez que te familiarices con estas preguntas, intenta estar atento a palabras o frases clave, palabras repetidas, contrastes y comparaciones, así como términos de resumen o conclusión como "por lo tanto", "por esta razón", etc.
Muchas veces, la observación se mezcla con la interpretación. Pero, hablando con precisión, la observación es tratar de entender qué se dice, mientras que la interpretación trata de comprender el significado general del pasaje.
Con base en lo que descubriste en tu observación del texto, intenta discernir el significado principal del pasaje: lo que el autor bíblico estaba tratando de comunicar y lo que Dios quería comunicar por medio de ese autor.
Una manera especialmente útil de sacar estas verdades del pasaje es hacer preguntas como:
¿Qué condición pecaminosa, rota o caída se está abordando o corrigiendo en el pasaje?
¿Cuál es el pecado más profundo que está detrás del comportamiento?
¿Qué motivó al autor a escribir este pasaje?
Tener en mente estas preguntas puede ayudarte a descubrir el mensaje principal del texto.
Entonces, ¿cómo se aplica el pasaje a ti y a otros? ¿Y qué acciones necesitas tomar para aplicar la Palabra de Dios directamente a tu vida?
Déjame sugerirte algo aquí. Creo que nuestras reflexiones tienden a quedarse en la superficie, enfocándose solo en comportamientos o hábitos que necesitamos cambiar. Eso está bien, pero muchas veces una aplicación más significativa está en el nivel de nuestra relación con Dios — en experimentar Su gracia o confiar en Su carácter o promesas. Por eso, me gusta orar con ciertas preguntas que me ayudan a aplicar lo que he estado leyendo a mi caminar con Dios.
Dios, ¿qué me quieres decir a través de este pasaje?
¿De qué maneras estoy buscando vida en cosas que no eres Tú, Señor?
¿De qué maneras estoy tratando de ganar Tu favor en lugar de vivir por gracia?
¿Qué sugieren mis acciones sobre lo que creo erróneamente acerca de Tu carácter, nuestra relación y lo que has dicho en Tu Palabra?
¿De qué maneras necesitamos ser más íntimos en nuestra relación?
¿De qué manera es Jesús la respuesta a mi problema?
Me gusta especialmente pensar en la última: ¿De qué manera Jesús provee una respuesta o solución a mi problema de pecado? Es difícil meterse en problemas teológicos por una pregunta como esta.
Cuando paso tiempo leyendo la Escritura, a menudo siento un deseo intenso de hablar con Dios incluso antes de terminar de leer el pasaje. Leo sobre la misericordia de Dios y quiero agradecerle por Su misericordia. O leo algo sobre el poder y la gloria de Dios y quiero decirle nuevamente lo maravilloso que es. A veces, la santidad de Dios se manifiesta en el pasaje y siento la necesidad de confesar algún pecado que viene a mi mente o alguna actitud que he guardado en mi corazón y que no refleja Su carácter.
Al pasar tiempo en la Palabra de Dios, nos abrimos a Su voz, y Él puede hablarnos directamente — algo que hace con frecuencia.
La oración es una respuesta natural al trabajo de Dios en nuestras vidas. Un modelo útil para mí cuando respondo a Dios en oración es el modelo ACAS: adoración, confesión, acción de gracias y súplica.
Adoración: Decirle a Dios lo grande que es, por qué es grande (misericordioso, bondadoso, etc.) y cuánto lo amamos por eso.
Confesión: Reconocer ante Dios cualquier pecado conocido que le desagrada, para poder acercarnos a Él sin obstáculos, completamente entregados y limpios.
Acción de gracias: Agradecer a Dios por Su gracia y perdón en nuestras vidas, y darle gracias por todas las cosas que ha hecho por nosotros y nos ha dado.
Súplica: Pedirle a Dios las cosas que queremos.
Permíteme darte un poco de seguridad sobre esta última parte del rompecabezas: la súplica. Una vez que tu corazón y tu mente están en sintonía con Dios, está bien pedirle cosas — cosas personales, cosas físicas, una buena calificación en tu examen de estadística, lo que sea. Él quiere que vengas a Él con todo. No hay nada demasiado grande, ni nada demasiado pequeño, así que pide sin miedo, no importa qué tan ridículo te parezca. Y mientras más te acerques a Dios por medio de la oración y la lectura de la Escritura, mejor sabrás discernir Su voluntad para ti, y sabrás qué es lo que Él quiere que ores. Esta es la oración que mueve montañas.
Usar este patrón ACAS me ha ayudado cuando no tenía ganas de orar. He tenido que empezar con ACAS cuando estaba confundido, cansado, triste, deprimido o simplemente débil. Solo me digo a mí mismo, “Está bien, adoración, ¿no?” Entonces comienzo a orar: “Dios, Tú eres más grande que yo.” En muchas ocasiones, ACAS me ha guiado a tener un tiempo íntimo con el Señor cuando parecía imposible tener ese tiempo íntimo con Él.
La plantilla para nuestros tiempos de quietud es tan simple como combinar nuestra plantilla para estudiar la Escritura con nuestra plantilla ACAS para la oración. Pero con un pequeño detalle: colocar tu lectura de la Escritura entre las partes de la oración, para que ores antes y después.
Se ve así:
Habla con Dios.
Adoración: “Señor, te alabo por...” (alguna cualidad o atributo de Dios).
Confesión: “Señor, perdóname por...” (algún pecado o debilidad).
Escucha a Dios.
Lee un pasaje en oración. ¿Qué dice?
Reflexiona en oración sobre su significado. ¿Qué significa?
Aplica en oración a tu vida. ¿Qué significa para mí?
Habla con Dios.
Acción de gracias: “Señor, te doy gracias por...” (alguna bendición específica).
Súplica: “Señor, te pido por...” (peticiones para ti y para otros).
Habla con Dios, escucha a Dios y luego vuelve a hablar con Dios. Así de sencillo.
Si te acostumbras a esta plantilla básica y a reunirte con Dios todos los días, sentirás que estás más cerca de Él, viviendo en Su gracia, creciendo en santidad, madurando en tu entendimiento de Su Palabra y experimentando Su perdón — cosas muy valiosas. Pero recuerda, la clave de todo esto es crear el hábito y ser intencional. Aparta un tiempo cada día para que esta rutina pueda y vaya a suceder.
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